martes, 6 de septiembre de 2011

My Road to Photography Part II


Cada vez que viajábamos y cada vez que tenía dinero, mi madre compraba rollos de película para una pequeña cámara Kodak. Era una cámara de los más simple, con foco a infinito, en la que el único lujo consistía en decidir si activar el flash o no. Ella la llevaba incluso en contra de nuestra voluntad y nos tomaba fotos a diestra y siniestra. Después del viaje o el evento, la molestaba hasta lograr que fuéramos a revelar los rollos y esperaba con ansías ver el resultado. Abría con gran emoción el sobre y descubríamos aquel material del que se forjarían mis recuerdos. Yo recuerdo más las fotos de esos años, que los viajes o los insufribles pasteles de cumpleaños. Ver esas fotos recién reveladas era un placer infinito. En otras ocasiones, cuando no teníamos nada por hacer, mi madre sacaba los álbumes y ordenaba por enésima vez las fotos. Abrir un álbum implicaba ver de nuevo todas las fotos y todos aportábamos los mismos comentarios, siempre repetidos, sobre cada foto. Algunas veces incluso observaba los negativos mientras los demás veían las fotos. Como eran fotos a color, el negativo era de tono sepia y en él, las caras aparecían verdosas, cuestión que hacia difícil reconocer a las personas y reconocer a que foto pertenecían. Recordar con esas imágenes era un ritual de la familia. (Esta historia continuará).

1 comentario:

  1. Entiendo y comparto al 100% tu comentario mano, eso de abrir los albumes una y otra vez, ir por las fotos reciEn saliditas del horno, es la neta... hasta la fecha, en vez de abrir los Albumes es abrir la carpeta donde estAn las fotos, sin negativos esta vez, pero con la misma emociOn

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